giovedì 10 ottobre 2013

El final de la Vida.

Lo admito, el pretexto del ordenador que funciona mal, (que no era una excusa, preguntar a Aiste para que os lo confirme) escondió un malestar más profundo. La desaparición de Stefano Borgonovo, unido al último mensaje sobre mi padre, han creado un malestar difícil de evaluar, por lo menos para mí.
Empecé a hacer reflexiones sobre el significado de la Vida.
A decir la verdad, nunca me preocupo el pensamiento. Lo vi como la conclusión natural de la existencia humana. Punto.
También cuando lo vi de cerca. Recuerdo tres episodios.
Era el cumpleaños de Ciara, cita del Frenk, por supuesto. Sólo que el restaurante, dado el estilo de vida nómada crónica del propietario, se había trasladado a Mottella, y la carretera habitual estaba interrumpida.
Fui con un amigo, pero con mi legendario Mazda mx5, descapotable, sin duda inadecuado para la noche. La tormenta perfecta era la definición correcta.
No tenía hambre, así que simplemente tome. En aquella época todavía no era un gran bebedor, casi abstemio, si se puede decir (después conocí a Simone, y
me reconstruí excesivamente).
Resultado: completamente borracho, con una carretera perfectamente desconocida esperándome.
Tuve un destello de sabiduría, dije a mi amigo que tal vez era apropiado volver con otra persona. Después, la oscuridad.
La primera curva fue fatal. Me fui recto, Alonso de la recta en Monza no lo hubiese hecho mejor.

Terminé en una zanja, inundado de hormigón, golpee completamente el techo en el lado del pasajero. Si mi amigo Chicco hubiese estado conmigo, sin duda estaría ahora allá arriba.

Yo, ni siquiera un rasguño. Mojado, me puse de nuevo en la calle (totalmente en la oscuridad, con el riesgo ser atropellado).
Por casualidad paso Barbara, mi ex que, me confundió con un "sin techo", aceleró, al verme.
Después, le entro compasión, hizo marcha atrás, llevándome de nuevo al restaurante.
Lo que hizo el querido Mauro Cevolo en ese momento no se puede decir, porque es ilegal…. Pero si no vais a decir nada os lo contare. Pero shhhh por favor.
Llamamos los bomberos en lugar de la policía que seguramente me habrían quitado el carnet de conducir. Llegaron con la grúa, vino con la grúa,
y entregaron el coche directamente en el taller de carrocería.

La segunda vez fue en avión de Miami a St. Thomas, Islas Vírgenes Británicas. un paraíso en la tierra.
Lástima que los huracanes en aquel año habían decidido adelantar su camino.
Sobre St. Thomas estaba cayendo Thelma, huracán fuerza 4.
Por como batían las alas del pobre avioncito, yo diría con certeza fundada, que también estaba Louise.
Después de varios intentos de aterrizar, el capitán nos informó que íbamos a dirigir en St. Croix, isla vecina.
Los aplausos de los vuelos Itavia, gloriosa compañía charter para jubilados italianos en su primer vuelo, eran nada comparados con los aplausos
que hicimos cuando el piloto nos dio la noticia.
Pero la cola del huracán residía en St. Croix, nadie de nosotros pasajeros inocentes sabia, pero era consciente de la tripulación.
Lo entendí de la cara aterrorizada de la hostess, mejor si digo tripulante de cabina, de lo contrario Sata me echará un broncazo.
Sentada a mi lado, en la parte inferior de la aeronave, en el centro del pasillo, creo firmemente que hemos recitado la misma oración, en los minutos que, entre golpes y vacíos de aire, nos separaron de la Madre Tierra.

Caracas fue el escenario del último y más violento episodio.
Me esperaba un largo período de vacaciones, 35 días que me iban a llevar a las incontaminadas islas de Los Roques, a continuación, en Colombia, en la capital Bogotá y Cartagena de Indias, y finalmente a Cuzco, Perú, a visitar el majestuoso Machu Picchu, el principal objetivo de mi viaje.
Siempre me ha atraído, tan mágico y espiritual al mismo tiempo. Mas que el Vaticano, la Meca, o el Taj Mahal.
Llegue al aeropuerto de Maiquetía en Caracas, vestido de manera muy anónima (camisa y pantalones militares), tomé un taxi, estrictamente negro y oficial, y le di la dirección del hotel, en sentido estrictamente en el centro de la ciudad.

Durante el camino, estoy preocupado por la persistencia de "ranchos", una especie de favelas brasileñas, pero lo que es peor… dos de los cinco millones de
habitantes viven aquí en subterfugios, expedientes y delincuencia.
Pero mi hotel era en el centro… el conductor estaba al teléfono, pero no escuche lo que decía, no me importo y no me preocupe.
Llegue a destino, baje del taxi, y procedí a entrar en el hotel, cuando escuche una voz ronca detrás de mí. Me doy la vuelta y me veo cara con cara
con un chico delgado y nervudo, lo que a Roma llamarían “er seco” (el flaco).

Antes de poder decir “ba” o mejor “disculpe”, me encuentro delante de la cara un revolver enorme. Ya no tengo mas la necesidad de pedir que quería.
El conductor del taxi, cómplice o no, estaba como yo, petrificado. Decido al momento seguir al tipo, también porque vio el colega encima de la moto.
Me digo a mí mismo que no vale la pena morir después de dos días que Cannavaro, CANNAVARO levantó la Copa del Mundo al cielo.
El chico me desfilo el reloj de poca importancia, también la correa del bolso, con el interior ... Todo.

Ordenador, teléfono móvil, agenda, donde, entre otras cosas, estaban apuntados, uno por uno, todos los números del teléfono móvil, asistentes digitales personales, el mismo programa del pc, números de teléfono incluidos, el dinero, por suerte sólo la mitad. La otra mitad lo había dejado en el bolsillo de la maleta grande, cartera con tarjetas de crédito, licencia de conducir y todo lo que pueda servir, especialmente durante el viaje.

Entonces, el hombre detrás de mí se va, y es verdad, la vida parpadea en un momento, sobre todo cuando detrás hay un arma en las manos de un hombre que matar o no es exactamente igual.
Soy fatalistas. Siempre he creído en el destino, evidentemente no era mi hora. Las teorías religiosas o esotéricas las dejo a los demás.
La suerte quiso que, en el aeropuerto después de la aduana me había puesto mi pasaporte en el bolsillo del pantalón, y una tarjeta de crédito.
Así que pude seguir mi viaje, aunque con los cambios forzados (Machu Picchu queda por ver, iré cuando ya estaré bien).

He bromeado acerca de la realidad más seria de nuestras vidas.
Siempre me ha gustado mucho, y mezclo serio y humorístico.

Me gustaría que también vosotros dejais de llamarla muerte, y empezáis con otra forma, idénticos en significado, pero mucho más dulce que se pronuncia: el final de la vida.

Si no tengo suerte, todavía me quedan de tres a cinco años de vida.
Una magnitud en comparación con las expectativas de un enfermo terminal de cáncer.
Habéis visto lo afortunado que soy? Os gustaría saber de antemano cuánto os queda de vida?

Pero yo ni siquiera lo pienso tampoco imaginando lo peor. Creo firmemente en la ciencia. No en los milagros.
Recientemente un amigo, dueño de un bar que no nombrare por privacidad, me hablo de un artículo que un hombre italiano de 37 años se curó
de la “cabrona” después de una visita a Medjugorje. A riesgo de parecer blasfemo, le envidio sólo los años…

Creo más bien fuertemente en las células madre, por experiencia personal que, como había prometido a Laura, os contare en el próximo blog
(para mí, como para aquel caballero de tu marido, una promesa es deuda).

Aquí me quedo, espero de no haber ofendido a nadie y si lo hubiese hecho pido disculpa ahora mismo. Estos son mis pensamientos, mi manera de ver las cosas y de vivir.
Esto soy yo Marco Sguaitzer, desde cinco años enfermo de S.L.A, pero mas que nunca para parafrasear los Simple Minds “alive and kicking”.

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